VENGAN A VER…
Al inicio del evangelio de Juan, luego del prólogo, encontramos un relato muy especial acerca de la vocación de los primeros discípulos. Muy diversamente de lo que narran los sinópticos, el Señor se dirige a algunos de los discípulos de Juan el Bautista que lo seguían y les preguntó ¿qué buscaban? Ellos le respondieron con otra interrogante: ¿Dónde vives? Y Jesús les dijo “Vengan a ver”. El autor sagrado refiere que se quedaron con Él ese día, al comprobar dónde vivía. Uno de esos discípulos le dijo a su hermano que habían encontrado al Mesías y lo llevó donde Jesús. Éste le convirtió en PEDRO, cambiándole el nombre de Simón.
Lo interesante de este relato vocacional es que, sin dejar de tomar la iniciativa, Jesús responde a una curiosidad motivada por lo que había dicho el Bautista: “Este es el Cordero de Dios”. De seguro, los discípulos habían oído hablar de ese Cordero de Dios y querían saber de qué se trataba su identidad y su mensaje. Es así como el señor los incorpora a su grupo inicial, indicándoles que fueran a ver dónde vivía.
Esta expresión, que pareciera ser de carácter redaccional, encierra una realidad bien importante. El Señor quiere que los que le van a seguir sepan dónde vive, dónde realiza su misión. Les invita a ver. Por otra parte, el evangelista Juan emplea con mucha frecuencia el verbo “ver” (y también el verbo “oír”) para significar el creer o aceptar por la fe el contenido de un mensaje o, sencillamente, la aceptación de la Persona de Jesús.
Así, esa invitación de Jesús para que vayan a ver, podemos entenderla como una invitación a iniciar el camino de una adhesión de la fe: vengan a creer, es decir a comenzar la aventura de la fe en la Persona y la Palabra de Jesús. El ir a ver no se limitaba a observa dónde podía vivir… Implicaba comenzar a seguirlo, con una actitud de fe y de confianza. El decirles a ellos dónde vivía ya incluye la invitación a formar parte de los suyos. Desde esa experiencia de estar con Él ese día, surge la invitación a Simón, quien también va a ver dónde vivía Jesús y a comprobar que era el Mesías.
Este texto evangélico nos permite a todos nosotros reafirmar la actitud que nos debe distinguir: ir a ver al Señor, dónde está y de qué habla. Es decir: acudir con fe a su encuentro y entablar permanente sintonía con Él. Por otra parte, a quienes estamos comprometidos con la acción evangelizadora, esta actitud que asume uno de ellos de ir a decirle a Pedro que ha visto al Mesías e invitarlo a que lo vaya a encontrar nos impulsa a hacer lo mismo. Nos corresponde a todos, en la dinámica de la evangelización, hacerles la invitación a todos para que vayan a ver al señor. Esto es, conocerlo y creer en Él. Para que, a la vez, pueda darse el cambio o la transformación necesaria. Incluso hasta el cambio de nombre: que no es otra cosa sino el darle una nueva tarea, la del seguimiento del Señor. Nuestra vida de creyentes tiene que ser imitación de lo que nos enseña este trozo del evangelio. Como el Bautista: decir quién es el Cordero de Dios; ir a verlo y compartir con Él, para darlo a conocer a quien no le conozca o animar a quien se haya alejado de Él. La invitación del señor siempre está allí: “Vengan a ver…”
Al inicio del evangelio de Juan, luego del prólogo, encontramos un relato muy especial acerca de la vocación de los primeros discípulos. Muy diversamente de lo que narran los sinópticos, el Señor se dirige a algunos de los discípulos de Juan el Bautista que lo seguían y les preguntó ¿qué buscaban? Ellos le respondieron con otra interrogante: ¿Dónde vives? Y Jesús les dijo “Vengan a ver”. El autor sagrado refiere que se quedaron con Él ese día, al comprobar dónde vivía. Uno de esos discípulos le dijo a su hermano que habían encontrado al Mesías y lo llevó donde Jesús. Éste le convirtió en PEDRO, cambiándole el nombre de Simón.
Lo interesante de este relato vocacional es que, sin dejar de tomar la iniciativa, Jesús responde a una curiosidad motivada por lo que había dicho el Bautista: “Este es el Cordero de Dios”. De seguro, los discípulos habían oído hablar de ese Cordero de Dios y querían saber de qué se trataba su identidad y su mensaje. Es así como el señor los incorpora a su grupo inicial, indicándoles que fueran a ver dónde vivía.
Esta expresión, que pareciera ser de carácter redaccional, encierra una realidad bien importante. El Señor quiere que los que le van a seguir sepan dónde vive, dónde realiza su misión. Les invita a ver. Por otra parte, el evangelista Juan emplea con mucha frecuencia el verbo “ver” (y también el verbo “oír”) para significar el creer o aceptar por la fe el contenido de un mensaje o, sencillamente, la aceptación de la Persona de Jesús.
Así, esa invitación de Jesús para que vayan a ver, podemos entenderla como una invitación a iniciar el camino de una adhesión de la fe: vengan a creer, es decir a comenzar la aventura de la fe en la Persona y la Palabra de Jesús. El ir a ver no se limitaba a observa dónde podía vivir… Implicaba comenzar a seguirlo, con una actitud de fe y de confianza. El decirles a ellos dónde vivía ya incluye la invitación a formar parte de los suyos. Desde esa experiencia de estar con Él ese día, surge la invitación a Simón, quien también va a ver dónde vivía Jesús y a comprobar que era el Mesías.
Este texto evangélico nos permite a todos nosotros reafirmar la actitud que nos debe distinguir: ir a ver al Señor, dónde está y de qué habla. Es decir: acudir con fe a su encuentro y entablar permanente sintonía con Él. Por otra parte, a quienes estamos comprometidos con la acción evangelizadora, esta actitud que asume uno de ellos de ir a decirle a Pedro que ha visto al Mesías e invitarlo a que lo vaya a encontrar nos impulsa a hacer lo mismo. Nos corresponde a todos, en la dinámica de la evangelización, hacerles la invitación a todos para que vayan a ver al señor. Esto es, conocerlo y creer en Él. Para que, a la vez, pueda darse el cambio o la transformación necesaria. Incluso hasta el cambio de nombre: que no es otra cosa sino el darle una nueva tarea, la del seguimiento del Señor. Nuestra vida de creyentes tiene que ser imitación de lo que nos enseña este trozo del evangelio. Como el Bautista: decir quién es el Cordero de Dios; ir a verlo y compartir con Él, para darlo a conocer a quien no le conozca o animar a quien se haya alejado de Él. La invitación del señor siempre está allí: “Vengan a ver…”
+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal.
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