"He oído sus gritos contra los opresores y he bajado a liberarlos"

(Ex 3, 7-8)

PARA SERVIRLE A DIOS, SE NECESITA SER HUMILDE.



Para entrar hablando de la humildad se tiene que buscar la fuente de este término la cual proviene del latín humilis. En el diccionario de la real academia española dice: que la humildad es la virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y actuar de acuerdo a tal conocimiento. 

En términos teológicos, la humildad es una cualidad o característica humana que es atribuida a toda persona que se considere un ser pequeño e insignificante frente a lo trascendente de su existencia o a Dios. 


Se entiende por humildad aquella cualidad que va adquiriendo el ser humano a medida de ejercitar su modestia. Es decir, que no se preocupa por sí misma sino por los demás. Una persona humilde machaca su propio EGO y también minimiza sus propios logros. De tal modo, que la humildad es la herramienta para destruir la soberbia y, que por tanto es una virtud central en la vida de cada individuo. 



La humildad es una característica propia de la persona modesta, que no se siente más importante o mejor que nadie pese a sus metas alcanzadas. Hoy en día, nuestra sociedad necesita de esta cualidad debido a que el mundo está promocionando y enseñando a actuar de una manera muy diferente, la cual nos lleva al egocentrismo. De esta manera, nos alejamos de los demás, incluso de Dios. Por otro lado, hay que tener presente lo que nos dice el Señor por medio de la Sagrada Escritura de las personas soberbias. “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (Santiago 4.6). Estas palabras nos enseñan que todos los seres humanos somos iguales ante los ojos de Dios y también que no seamos presumidos por las cualidades que Dios nos ha regalado. 

La humildad en sí es: reconocer tanto las debilidades como las capacidades, para obrar según las mismas. Ser conscientes que las virtudes que poseemos fueron recibidas como regalo de nuestro Padre y creador (DIOS). Por lo tanto, Que no seamos más que nuestro prójimo por poseerlas, ya que, Dios nos las dio, así también nos las pudo haber quitado. Dios no da dones espirituales para promover nuestras propias metas y aspiraciones. “Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo” (1 Pedro 5.6). 


Fr. Ivan   Echeverria O. de M.

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