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En términos teológicos, la humildad es una cualidad o característica humana que es atribuida a toda persona que se considere un ser pequeño e insignificante frente a lo trascendente de su existencia o a Dios.
Se entiende por humildad aquella cualidad que va adquiriendo el ser humano a medida de ejercitar su modestia. Es decir, que no se preocupa por sí misma sino por los demás. Una persona humilde machaca su propio EGO y también minimiza sus propios logros. De tal modo, que la humildad es la herramienta para destruir la soberbia y, que por tanto es una virtud central en la vida de cada individuo.
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La humildad en sí es: reconocer tanto las debilidades como las capacidades, para obrar según las mismas. Ser conscientes que las virtudes que poseemos fueron recibidas como regalo de nuestro Padre y creador (DIOS). Por lo tanto, Que no seamos más que nuestro prójimo por poseerlas, ya que, Dios nos las dio, así también nos las pudo haber quitado. Dios no da dones espirituales para promover nuestras propias metas y aspiraciones. “Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo” (1 Pedro 5.6).
Fr. Ivan Echeverria O. de M.
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